Teatro Ángela Peralta

La primera piedra se puso en 1869, la última en 1992, y en octubre de ese año se inauguró el nuevo Teatro Ángela Peralta con una producción de la ópera Carmen de Bizet. La cantó la compañía de Bellas Artes con artistas invitados salvo el coro infantil, que era local, y el director de orquesta, que fue el maestro mazatleco Enrique Patrón de Rueda. Ésta fue la segunda reconstrucción y la tercera inauguración del inmueble porque así es el trópico, se enseña con los teatros que pretenden robarle con sus espectáculos cámara a los celajes, ciclones y selvas de su propia y espectacular naturaleza.

El edificio a sido testigo de las diferentes épocas por las que ha pasado el puerto destacando la revolucion mexicana

Fue inaugurado por primera vez en 1874, designando le el nombre de Teatro Rubio, en honor de su propietario original don Manuel Rubio, aunque de modestas proporciones. No sería sino entre los años de 1878 y 1880 cuando el proyecto fue mejorado y reinaugurándole “como la sala más cómoda y elegante del puerto, con sus 15 juegos de decoraciones pintados expresamente en Paris”.

No podía faltar un gran parque romántico y una perspectiva de aristocráticos salones que igual servirían para la Traviata que para Lucía de Lammermoor. Así eran los decorados teatrales antes del cine, pero los 15 pintados en París para este teatro mazatleco nos los tenemos que imaginar puesto que ya no son más que una curiosa estadística de su historia. Debía oler a nuevo todavía en 1883, cuando llegó un barco de San Francisco con la compañía de Ángela Peralta a bordo. El “Ruiseñor Mexicano”, como le decían sus adoradores, había programado la “Lucía” como estreno en Mazatlán, pero la diva, que ya venía enferma, murió sin haber cantado una sola nota en el teatro que ahora lleva su nombre.

El teatro a pasado por diversos usos como teatro, cine y hasta ring de box

En 1975, el ciclón Olivia, el más violento que ha padecido Mazatlán, le dio el tiro de gracia al edificio. Levantó el techo, que era de madera, y lo estrelló con tal furia contra el interior mismo del teatro que rompió su balconería de hierro vaciado y dejó hecho pedazos el maderamen del foro. Diez años duró a la intemperie, lo suficiente para que la selva de ficus en que está fincado Mazatlán reconquistara esa parcela. Un gigantesco amate se adueño del foro y creció tanto y tan aprisa que los muros y balcones del teatro parecían de una casa de muñecas. Otro ficus con ilusiones de jardín colgante salió del tercer balcón. En fin, en poco tiempo la vegetación cubrió el lunetario y las estructuras del techo parecían más un avión que se había estrellado en la jungla que las ruinas de un teatro. Así era el teatro, una ruina en la selva, cuando se inició su rescate en 1986. El presidente municipal de Mazatlán, José Ángel Pescador y su esposa lograron interesar al recién estrenado gobernador Francisco Labastida Ochoa y a su esposa la doctora María Teresa Uriarte, directora de Difusión Cultural del Estado, y a partir de ese momento el proyecto dejó de ser un sueño guajiro de los porteños para convertirse poco a poco en la realidad actual.

El primer festival cultural que se verificó en este teatro, se llevó a cabo a cielo abierto al pie del gran ficus. Ahí se construyó un tablado rústico para acomodar un piano, un pianista y a la soprano Gilda Cruz Romo. Mientras ella nos cantaba un recital de canciones románticas mexicanas –Ileder tropical– una luna llena salió de atrás del derruido muro y se fue trepando como paloma de plata por las ramas del gran ficus hasta que, al terminar el recital, salió al cielo limpio y estrellado para llenar con su resplandor hasta el último rincón del teatro. En aquella ocasión Gilda cantó bien, la luna sobreactuó. Cuatro festivales más se hicieron así a la intemperie, otros dos bajo techo y sólo el último del régimen de Fransisco Labastida se llevó a cabo con el cielo raso carmesí, y ¡bendita modernidad! aire acondicionado.

El resultado final acabó por trascender con mucho el proyecto original. Éste se limitaba a rescatar el puro edificio por ser el principal monumento arquitectónico de Mazatlán, una magnífica reliquia decimonónica de fachada neoclásica e interior barroco, pero bajo la dirección del arquitecto Juan León Loya, se logró no sólo restaurar fielmente la fábrica original sino también construir dentro de ese cascarón un teatro moderno con todas las ventajas de acústica, isóptica, iluminación y control electrónico de la tecnología teatral. Para ello se le tuvo que dar mayor inclinación al piso de la luneta, se bajo el nivel del foro y se abrió un foso para una orquesta de 80 músicos. Y fue así como se terminó la segunda reconstrucción, 123 años y 15 millones de nuevos pesos después de que don Manuel Rubio pusiera la primera piedra de ese teatro que los mazatlecos por fin, pudieron inaugurar por tercera vez en octubre de 1992.

El Teatro Ángela Peralta fué erigido en la era Porfiriana y fué declarado Patrimonio Histórico de la Nación en 1990.

El teatro lleva su nombre en honor a la soprano Angela Peralta “El ruiseñor Mexicano” misma que murió en Mazatlán en 1883, cuando la compañía de ópera realizar una ópera en el recinto, pero la diva no pudo cantar debido a un caso de fiebre amarilla que después la llevaría a su fallecimiento.