Las feministas latinoamericanas redefinieron el término “derechos humanos”

Katherine Marino

En 1934, Consuelo Uranga, feminista y cofundadora del Partido Comunista Mexicano, pronunció un potente discurso frente a más de mil activistas en el Congreso Mundial de las Mujeres contra la Guerra y el Fascismo celebrado en París. En un tiempo en el que el fascismo acechaba Europa, su discurso hacía notar el imperialismo estadounidense en México, Cuba y Centroamérica, lugares en los que —proclamaba Uranga— “el espíritu revolucionario crece”. Las mujeres se unían “para su liberación y la de toda su gente”. El congreso convocaba a las mujeres alrededor de una nueva agenda para el feminismo y para terminar con el fascismo, el racismo y el imperialismo; por los derechos políticos, civiles, sociales y económicos de las mujeres, y por el patrocinio estatal a las licencias de maternidad y el cuidado infantil.

Uranga llevó estos anhelos consigo de regreso a Cuba y México, en donde contribuyeron a inspirar nuevas organizaciones feministas de masas, incluyendo el Frente Único Pro Derechos de la Mujer —el cual pronto contaría con más de 60 mil afiliadas en México. Para el final de la década de 1930, las organizaciones feministas antifascistas se habían multiplicado y la dirigente española Dolores Ibárruri plaudía el espectacular aumento del “movimiento de las mujeres” en América Latina.

Mi libro Feminism for the Americas: The Making of an International Human Rights Movement (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2019) cuenta la historia del feminismo americano, un muy poco conocido pero sumamente importante movimiento de agrupaciones y dirigentes latinoamericanas unidas alrededor de los derechos de las mujeres y la justicia global. Por lo regular, se nos dice que fueron mujeres europeas y estadounidenses quienes inventaron el feminismo. Sin embargo, mi libro sostiene que fueron mujeres de América Latina quienes de hecho estuvieron a la vanguardia del feminismo global y los derechos humanos internacionales.

Las feministas latinoamericanas llevaban ya bastante tiempo organizándose a nivel internacional desde distintas perspectivas políticas. Entre ellas estaban las anarquistas-feministas del Buenos Aires decimonónico, cuya consigna decía “Ni dios, ni patrón, ni marido”, así como las feministas liberales que se reunieron en el Primer Congreso Internacional Feminista Argentino de 1910. La revolución mexicana y la constitución de 1917 se convirtieron en catalizadores a nivel hemisférico de las demandas por los derechos políticos y civiles de las mujeres, su bienestar social y el antimperialismo.

Después de la gran depresión y el ascenso del autoritarismo de derechas en Europa y en América Latina, el feminismo americano se tornó cada vez más urgente. Reconociendo que las amenazas a las mujeres, al movimiento obrero y a la izquierda en general eran en realidad inseparables, muchas feministas de Sudamérica, Centroamérica, México y el Caribe abanderaron por igual un nuevo movimiento interamericano obrero, la causa republicana de la guerra civil española, la independencia de Puerto Rico, la nacionalización del petróleo mexicano, la libertad de presas y presos políticos y los derechos internacionales de las mujeres.

Las feministas usaron el panamericanismo para internacionalizar los derechos de las mujeres. En 1928, feministas de Estados Unidos y América Latina crearon la Comisión Interamericana de Mujeres, la primera organización intergubernamental del mundo para la promoción de los derechos de las mujeres. La CIM impulsó e introdujo un Tratado de Derechos Iguales para las mujeres en la agenda de las conferencias panamericanas y de la Liga de las Naciones. En las décadas de 1930 y 1940, la movilización de las feministas alrededor de este tratado detuvo proyectos de ley que las feministas consideraron “fascistas”, incluyendo uno que habría reducido el salario mínimo de las mujeres en Chile y otro que habría reducido el estatus de las mujeres casadas en Argentina a menores. Muchos de estos grupos feministas también exigieron acceso a métodos de control natal y al aborto legal.

A menudo, organizarse con dirigentes estadounidense resultó problemático. Mi libro explora las tensiones que las feministas de América Latina tuvieron con sus contrapartes estadounidenses, quienes con frecuencia se veían a sí mismas y sus propias ramas de feminismo como superiores. Sin embargo, estos conflictos casi siempre sirvieron para fortalecer los lazos entre las feministas latinoamericanas, así como para ampliar sus objetivos y para afilar sus análisis antimperialistas y anti-racistas.

Durante las segunda guerra mundial, las feministas antifascistas ayudaron a definir el término “derechos humanos” como una serie entrelazada de derechos para todos y todas, independientemente de “raza”, sexo, clase, religión, nacionalidad, etnicidad o lengua. En 1945, en la conferencia que dio lugar a la Organización de las Naciones Unidas, un grupo de feministas latinoamericanas se valió de dos décadas de experiencia para introducir los derechos de las mujeres en la Carta de las Naciones Unidas y su marco internacional de derechos humanos. También propusieron lo que se convirtió en la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU. Es importante notar que estas feministas latinoamericanas lograron este objetivo a pesar de las objeciones de sus contrapartes estadounidenses y británicas, quienes creían que los derechos de las mujeres eran demasiado discordantes o no lo suficientemente importantes para ser incluidos en la Carta de las Naciones Unidas.

La movilización de las feministas latinoamericanas llevó a la introducción del sufragio femenino y otros derechos civiles a lo largo de América Latina en las décadas de 1940 y 1950. Sin embargo, alrededor de la misma época, la guerra fría limitó los significados del “feminismo” y los “derechos humanos” a derechos civiles y políticos individuales, a la vez que condujo a la militarización y violencia (promovida por Estados Unidos) en América Latina, con sus innumerables violaciones a los derechos humanos.

Las mujeres latinoamericanas, sin embargo, permanecieron al frente de las luchas antifascistas y antimperialistas, y continuaron denunciando la relación entre el capitalismo global y la opresión de género que Consuelo Uranga había subrayado en su discurso de 1934. El activismo y liderazgo de estas mujeres sirve en la actualidad de guía a movimientos globales que luchan para acabar con el racismo, el militarismo, la violencia sexual; movimientos que promueven el aborto legal y el control natal; que llaman a la justicia social para grupos migrantes, indígenas y la comunidad LGBTQ; que convocan a la justicia ambiental; y que saben que todos estos objetivos están entrelazados. Recodar la visión revolucionaria presente en el núcleo del feminismo americano puede fortalecer nuestras demandas por los derechos humanos y la justicia social hoy.