Esquían y siembran una pandemia

Llegaron de todo el mundo para esquiar en los centros turísticos más famosos de los Alpes austriacos.

Jacob Homiller y sus amigos universitarios viajaron en avión desde Estados Unidos. Jane Witt, catedrática jubilada, llegó desde Londres para asistir a una reunión familiar. Annette Garten, directora de la división juvenil de un club de tenis en Hamburgo, Alemania, celebraba su cumpleaños con su esposo y sus dos hijos mayores.

Sabían que a finales de febrero y principios de marzo el coronavirus se estaba propagando en el cercano norte de Italia y del otro lado de la frontera en Alemania, pero nadie estaba alarmado. Los funcionarios austriacos restaron importancia a las inquietudes mientras los turistas se apiñaban en los teleféricos de día y en los bares de noche.

“El mundo entero se reúne en Ischgl”, dijo Garten.

Luego todos regresaron a casa, sin saber que llevaban consigo el virus. Miles de esquiadores portaron el coronavirus a más de 40 países en 5 continentes. Muchos de los primeros casos en Islandia fueron rastreados a Ischgl. En marzo, casi la mitad de los casos en Noruega estaban relacionados con vacaciones de esquí en Austria.

Ischgl es el lugar donde la era del turismo global, hecha posible por tarifas aéreas baratas y fronteras abiertas, colisionó con una pandemia. Durante décadas, conforme el comercio y el turismo unían cada vez más al mundo, las políticas de salud pública, plasmadas en un tratado, potenciaron el turismo mundial masivo con llamados a favor de las fronteras abiertas, incluso durante los brotes de enfermedades.

Cuando el coronavirus surgió en China, en enero, la Organización Mundial de la Salud no vaciló al recomendar que no se restringieran los viajes.

Ahora es evidente que esa política buscó satisfacer intereses políticos y económicos más que de salud pública.

Los registros de salud pública, veintenas de estudios científicos y entrevistas con expertos muestran que la política del turismo sin restricciones nunca se basó en ciencia dura. Fue una decisión política, disfrazada de recomendación de salud, que surgió después de un brote de peste en la India en la década de los 90. Para cuando apareció el Covid-19, ya se había convertido en un artículo de fe.

“Es parte de la religión de la salud global: las restricciones comerciales y de viaje son malas”, dijo Lawrence O. Gostin, profesor de derecho de la salud global en la Universidad de Georgetown, quien ayudó a redactar las reglas globales conocidas como el Reglamento Sanitario Internacional. “Soy uno de los feligreses”.

El Covid-19 ha hecho trizas esa fe. Antes de la pandemia, unos cuantos estudios habían demostrado que las restricciones de viaje retrasaron, más no detuvieron, la propagación del síndrome respiratorio agudo grave (o SARS), la influenza y el ébola. Sin embargo, la mayoría de estos estudios se basaron en modelos matemáticos. Nadie había recabado datos del mundo real. Aún no se comprende el efecto de las restricciones de viaje en la propagación del nuevo coronavirus.

Eso es exasperante, sobre todo al tiempo que el mundo busca una forma de regresar a la normalidad. Los mandatarios nacionales han invocado restricciones de viaje cuyo rigor varía y que frecuentemente son contradictorias. Algunos cerraron sus fronteras e impusieron simultáneamente confinamientos nacionales y otros exigieron pruebas y cuarentenas.

Es demasiado pronto para saber qué tanto ayudan las restricciones de viaje y cuáles son las más benéficas. Los expertos que defendieron las fronteras abiertas al inicio de la pandemia ahora dicen que los países deben emplear medidas cuidadosas de viaje. La OMS ahora recomienda una reapertura gradual en la que cada país sopese sus propios riesgos.

La facilidad y la expansión de los viajes internacionales es la razón por la que los eventos “súperpropagadores” ayudaron a acelerar la pandemia: así como los esquiadores de Ischgl dispersaron el virus por todo el mundo, los feligreses de una megaiglesia francesa llevaron la enfermedad a África, América Latina y toda Europa.

Después de su viaje a Austria, Homiller y al menos cuatro de sus amigos dieron positivo en la prueba del coronavirus. Witt se desvaneció en su cocina por el agotamiento y terminó luchando por su vida. La familia de Garten también se enfermó y, en Alemania, su esposo fue hospitalizado.

Ahora, al menos mil personas de docenas de países pretenden demandar al Gobierno austriaco. Un abogado en Viena entabló los primeros casos de prueba en representación de cuatro visitantes, dos de los cuales ya fallecieron de Covid-19. La demanda afirma que el Gobierno debió haber cerrado el centro turístico antes.

“Ellos lo sabían, pero no le dijeron a nadie”, afirmó Witt, una de las demandantes. “La riqueza antes que la salud”.

PESTE Y PÁNICO El pueblo de Ischgl se convirtió en un centro turístico en los 60s, después de que un residente emprendedor comenzó a recolectar, de puerta en puerta, dinero para construir un teleférico. Cuando Garten lo visitó siendo adolescente, apenas figuraba en el mapa turístico mundial.

Eso cambió en la década de 1990, cuando Garten comenzó a ver visitantes británicos en las pistas y rusos con grandes sombreros peludos. Se construyeron hoteles nuevos a lo largo de las estrechas calles. Estrellas como Elton John y Bob Dylan hicieron conciertos.

Ischgl no era el único viviendo la globalización. El comercio global volvió independientes a los países, cosa que conllevó riesgos.

En 1994, hubo un brote de peste en la ciudad portuaria de Surat, en India. Cundó la histeria y los gobiernos se apresuraron a prohibir los viajes al País. Los turistas renunciaron a sus vacaciones y las aerolíneas cancelaron sus vuelos.

El brote de Surat resultó ser relativamente leve, con unas 50 muertes. Pero el pánico devastó la Ciudad y le costó a la economía india unos 3 mil millones de dólares.

La reacción al brote alarmó a David Heymann, epidemiólogo estadounidense que en ese entonces era un alto funcionario de la OMS. Los funcionarios indios reportaron adecuadamente el brote y lo contuvieron con rapidez. Aun así, India fue castigada, una reacción que él consideró “irracional”.

“No tuvo nada qué ver con el brote”, dijo Heymann.

En esa época, el Reglamento Sanitario Internacional estaba diseñado para impedir interrupciones al comercio. Pero sólo aplicaba a tres enfermedades: peste, cólera y fiebre amarilla. Vigilar el cumplimiento del reglamento era imposible.

La OMS pronto emprendió una revaluación exhaustiva de las reglas, pero la revisión avanzó lentamente hasta que surgió la epidemia del SARS en el 2003. Temiendo una pandemia, la OMS desaconsejó viajar a los países afectados lo que fue la recomendación más restrictiva en sus 55 años de historia.

En el 2005, los diplomáticos llegaron a un acuerdo diseñado para equilibrar las necesidades de salud pública con las preocupaciones económicas. Las reglas nuevas dejaron claro que cerrar las fronteras debía ser el último recurso.

Las nuevas reglas entraron en vigor en 2007, aunque rápidamente el mundo las volvió obsoletas. Al enfocarse tanto en el comercio, no tomaron en cuenta “una industria del turismo que crece de manera desmedida”, dijo Ilona Kickbusch, profesora del Instituto de Postgrado en Estudios Internacionales y del Desarrollo, en Ginebra.

Para la década del 2000, la vida nocturna de Ischgl le había valido el apodo de “la Ibiza de los Alpes”. Hoy, los turistas pueden llegar a Ischgl desde ocho aeropuertos cercanos en Austria, Alemania, Suiza e Italia. Ischgl acoge a unos 300 mil turistas de 36 países cada año.

Este invierno, los hoteles de Ischgl estaban llenos, aún cuando estaban surgiendo reportes preocupantes de Italia.

Garten dijo que nunca se preocupó. Se rió cuando su jefe le advirtió que no trajera de vuelta el virus.

“Pensé, vamos a las montañas y estaremos al aire libre ¿Qué podría suceder?”, dijo Garten.

ÉXODO FRENÉTICO

Garten visita Ischgl para esquiar y rara vez sale de fiesta, pero hizo una excepción la víspera de su cumpleaños número 50. Cuando llegó al bar Kitzloch con su esposo y algunas amistades, el lugar estaba abarrotado. Los meseros soplaban silbatos -dos veces frente al rostro de Garten- para dispersar a las ruidosas multitudes.

“Sólo recuerdo que toda la experiencia fue muy húmeda”, recordó.

Esa noche, el 5 de marzo, Islandia emitió una advertencia contra viajar a Ischgl luego de que más de 12 viajeros que regresaron del lugar dieron positivo por el virus. Dos días después, un barman alemán del Kitzloch se convirtió en el primer caso confirmado de Covid-19 en Ischgl, pero los funcionarios locales tranquilizaron a los huéspedes.

El Kitzloch fue desinfectado y reabrió sus puertas.

Al día siguiente, todo su personal de servicio dio positivo por el virus.

Para entonces, el sistema europeo de viajes estaba colapsando. Abrumada, Italia había cerrado sus fronteras. Y en Viena, los líderes austriacos luchaban por responder a un mundo trastocado.

Finalmente, Günther Platter, Gobernador de la provincia, anunció que la temporada invernal terminaría antes de tiempo en la región, en vez de arriesgarse a permitir que llegaran otros 150 mil visitantes el sábado siguiente. “Significó una pérdida de mil 500 millones de euros”, dijo Platter.

Peter Kolba, el abogado vienés que lleva la demanda contra el Gobierno austriaco, argumentó que el valle debió cerrar una semana antes, después de que se vincularon los primeros casos a Ischgl. Siguió abierto sólo porque los funcionarios estaban interesados en el turismo, afirmó.

Una vez que Platter decidió cerrar los centros turísticos, los funcionarios redactaron rápidamente un plan de evacuación. Los turistas extranjeros se marcharían, mientras los austriacos y los trabajadores estacionales se ponían en cuarentena. Pero antes de que se hiciera público, el Canciller de Austria inesperadamente anunció por televisión el cierre.

Todo mundo se apresuró a irse.

Witt vio a comerciantes cerrando a toda prisa en el cercano pueblo de St. Anton. Su hija, que todavía estaba esquiando, notó que los operadores de las telesillas abandonaban sus puestos.

“En una hora ya no había nadie en las calles”, dijo Witt. “Fue aterrador”.

La carretera principal del valle se congestionó de autos. La policía no logró recoger los formularios de rastreo de contactos de muchos turistas salientes, por lo que sus países de origen ignoraron qué les esperaba, relató Kolba.

Al menos 27 turistas murieron tras contraer el virus en Ischgl, St. Anton y los pueblos vecinos, dijo Kolba. Una investigación de ORF, una emisora pública de Austria, reveló que más de 11 mil europeos se contagiaron en Austria, muchos de ellos en Ischgl y centros de esquí cercanos.

Investigadores de la Universidad Médica de Innsbruck realizaron pruebas a mil 500 residentes de Ischgl en abril y encontraron que el 42 por ciento tenía anticuerpos contra el virus.

FUTURO MUY INCIERTO

Andreas Steibl, el jovial y peculiar director de la junta de turismo de Ischgl, tiene pocas dudas de que el complejo se recuperará.

Algunos turistas están decididos a regresar. “Debemos volver”, dijo Homiller. “Aunque muchos nos enfermamos, fue una gran semana”.

Sin embargo, los contagios van en aumento y nadie puede decir cómo será el mundo cuando comience la temporada de esquí en noviembre. Volver a un mundo de viajes sin restricciones es difícil de imaginar, al menos por ahora.

“Cada vez entendemos más que existen ocasiones en las que podría ser necesario restringir los viajes y el comercio”, dijo Heymann.

Fuente:Reforma