Hipatia, en Alejandría (Egipto) un 8 de Marzo de 415 una turba furiosa lapida a la filósofa, astrónoma y escritora egipcio-romana

Imagina una casa con todas las puertas abiertas en la bulliciosa ciudad de Alejandría. Los asistentes no tienen dónde sentarse y se acumulan en la entrada. Los hombres están en silencio, agolpados en la puerta, aguzando el oído para escuchar las enseñanzas de la dueña de la vivienda. La multitud refleja el espíritu de una ciudad, ansiosa por algo más que lecciones sobre matemáticas y astronomía. Quieren escuchar a Hipatia, la maestra de los alejandrinos, que también les instruye sobre filosofía neoplatónica, hablándoles del movimiento de las estrellas, de la responsabilidad de los actos y de la unión con lo divino.

Entre los años 355 y 370 d.C., nació una mente prodigiosa destinada a dejar una marca indeleble en la historia: Hipatia de Alejandría. Hija del renombrado matemático Teón de Alejandría, se crio en un entorno privilegiado al estar rodeada por los tesoros intelectuales de la Biblioteca del Serapeo, heredera de la destruida Gran Biblioteca ptolemaica, ya que su padre estaba a cargo de dicha biblioteca. Hipatia demostró desde temprana edad un talento excepcional para el álgebra y la geometría. Su destreza matemática la llevaría a la fama, no solo por sus obras ahora perdidas que serían utilizadas por futuros eruditos (como su “Comentario sobre las Secciones Cónicas de Apolonio de Pérgamo” o el “Canon astronómico”), sino también por sus innovaciones revolucionarias en el campo de la astronomía. Hipatia no solo teorizaba (visión errónea que arrastramos en la historia de la filosofía, donde se representa a un intelectual anciano abstraído que solo divaga sobre cuestiones incomprensibles para la mayoría); también creaba instrumentos prácticos para explorar el cosmos. Se le atribuye el diseño de un astrolabio plano, una herramienta crucial para posicionar las estrellas en la bóveda celeste y comprender los movimientos del firmamento. Además, Hipatia fue la inventora del densímetro, un ingenioso dispositivo utilizado para medir la densidad relativa de los líquidos, una contribución fundamental que revolucionó el campo de la física y la química. En virtud de sus logros, hay que reconocer que la fama actual que tiene Hipatia se debe a su pericia con las matemáticas. Sin embargo, Hipatia es mucho más.

En el crisol cultural dentro del siglo V d. C., la curiosidad llevaba a un mismo individuo a interesarse tanto por los secretos del universo como por la retórica que se manifestaba en el poder imperial. Hipatia fue alumna dentro de la escuela neoplatónica de la ciudad, posterior maestra y cabeza de esta, sucediendo a su padre en el cargo después de su muerte. Su ascenso al puesto de directora de la escuela, una posición tradicionalmente reservada para el mejor discípulo, sin que necesariamente implicara una descendencia sanguínea, testimonia su excepcional talento y dedicación al conocimiento. Por eso su imagen, en gran medida, se convierte en mito viviente. Su carisma y pensamiento crítico la distinguieron como una figura independiente y relevante para los alejandrinos. Aunque se casó, posiblemente con el filósofo Isidoro, su vida íntima no eclipsó su fervor por la búsqueda del saber. Adoptando una vida ascética, siguió el ejemplo de otros filósofos neoplatónicos como Plotino y Porfirio. A su vez, Hipatia comprendió la importancia de equilibrar la contemplación con la acción. Consciente del impacto que podía tener en la sociedad, no dudaba en llevar sus enseñanzas a las calles de Alejandría. Allí, entre el bullicio y la agitación de la vida urbana, hablaba apasionadamente sobre Platón y Aristóteles. Su sabiduría y elocuencia cautivaban a sus oyentes, y su belleza y su personalidad atrajeron incluso el amor de uno de sus estudiantes. Hipatia, con su característico ingenio y erudición, intentó disuadirle de su enamoramiento y convencerle de la banalidad que comporta el afecto terrenal y el deseo carnal, mostrando un paño empapado con su sangre menstrual y asegurando que «Tú amas esto, oh joven, y no tiene nada de hermoso». Con esta anécdota, Hipatia no sólo nos muestra las limitaciones de la belleza corporal, también nos enseña una lección muy valiosa: el amor y la felicidad verdadera no se encuentran en la apariencia física, sino en el autoconocimiento y la búsqueda interior.

Su vida ascética y su dedicación a la enseñanza no fueron contradictorias; por el contrario, se convirtieron en complementos perfectos que la llevaron a ganarse el respeto de toda la ciudad y que, a su vez, configuraron una imagen de sabiduría y compromiso inquebrantables. Y es que Hipatia fue una figura relevante que influyó a muchos alumnos que posteriormente ocuparon altos cargos, como el obispo Sinesio de Cirene, el prefecto de Egipto Orestes, y el gramático Hesiquio de Alejandría, que realizó el diccionario griego más completo que se conoce. Estos alumnos venían a la escuela de Alejandría desde diversas capitales del Mediterráneo, movidos por su relevancia, para estudiar filosofía en un entorno que les permitiría acceder a puestos de relevancia dentro de la administración romana. Miembros de la élite, consideraban que la educación basada en textos clásicos era fundamental para convertirse en una persona completa.

Fuente: larazon