Lo que comenzó como un gesto patriótico para proteger empleos estadounidenses en la industria automotriz, hoy se convierte en una amarga ironía para cientos de trabajadores que ven sus puestos desaparecer, precisamente por la política que apoyaron.
Unos 900 empleados sindicalizados de Stellantin serán despedidos temporalmente en cinco plantas de EE.UU., tras la entrada en vigor de aranceles del 25% a autos importados, impulsados por el presidente Donald Trump. Aunque el sindicato United Auto Workers (UAW) respaldó abiertamente a medida, la realidad ha golpeado con fuerza: los primeros afectados son quienes fabrican partes clave para vehículos ensamblados en México y Canadá.
“Esto da miedo”
La ciudad de Kokomo, Indiana, es un enclave industrial rodeado de campos de maíz, donde unos 5,000 trabajadores producen transmisiones y motores para Stellantis. Allí, al menos 330 empleados perderán temporalmente su empleo, debido a la pausa en la producción de las plantas de Windsor (Canadá) y Toluca (México).
Denny Butler, vicepresidente de uno de los sindicatos locales, lo resume así:
“Estoy de acuerdo con la intención de los aranceles. Pero esto no se resuelve de un día para otro. No puedes simplemente mover una planta de país en una semana. Da miedo pensar en lo que sigue”.
Ya antes del anuncio, 400 trabajadores de Kokomo estaban en licencia indefinida. Y ahora, la preocupación es si estos recortes son solo el inicio de algo mucho más grave.
Un sistema profundamente entrelazado
Durante más de tres décadas, desde el inicio del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la industria automotriz norteamericana ha funcionado como una red sin fronteras. Las autopartes cruzan varias veces entre Estados Unidos, México y Canadá antes de llegar al ensamblaje final.
Pero con los nuevos aranceles, esa red comienza a romperse. La intención es forzar a las empresas a regresar la producción a suelo estadounidense, pero el proceso no es ni inmediato ni sencillo.
“Entiendo la postura de la empresa”, admite Butler. “Tienen limitaciones logísticas. Esto lleva años desbalanceado. No podemos pensar que los aranceles lo van a arreglar en semanas”.
¿Y si no hay vuelta atrás?
La empresa Stellantis advierte que los despidos son temporales, pero no ofrece garantía sobre el futuro. En un memorando interno, Antonio Filosa, director de operaciones para las Américas, explicó que estas decisiones son necesarias “por la dinámica actual del mercado” y aseguró estar en diálogo con líderes sindicales y gubernamentales en los tres países.
Pero el presidente del UAW, Sean Fain, oriundo de Kokomo, no oculta su enojo:
“Stellantis ha tenido tiempo para prepararse. Usar a sus trabajadores como daño colateral es inaceptable”, declaró a CNN. “No pueden culpar al sistema cuando tienen el poder de cambiarlo”.
La compañía enfrenta un dilema: si absorbe el costo de los aranceles, pierde rentabilidad. Si se lo traslada a los consumidores, suben los precios. Y si deja de fabricar ciertos modelos, elimina más empleos.
Impacto más allá de EE.UU.
La crisis no termina en territorio estadounidense. En la planta de Windsor, Canadá, donde se fabrican las minivans Chrysler, hay más de 4,500 empleados en riesgo. En Toluca, México, donde se producen el SUV Jeep Compass y el nuevo Jeep Wagoneer S eléctrico, la incertidumbre también crece para sus 2,400 trabajadores.
Lana Payne, presidenta del sindicato canadiense Unifor, no se guardó críticas:
“Los aranceles de Trump van a enseñarle cuán interdependiente es esta industria. Lamentablemente, será una lección que pagarán los trabajadores”.
En Windsor, el operario Derek Gungle resume el sentimiento de frustración:
“Solía cruzar a Detroit todo el tiempo, ir a conciertos, juegos… Pero ahora, ¿por qué apoyaría una economía que no me quiere apoyar?”
Un futuro incierto
Aunque muchos trabajadores respaldaron los aranceles con la esperanza de que los empleos regresaran a EE.UU., la realidad es más compleja que un discurso político. Las decisiones no se revierten de inmediato, y en el camino, quienes pagan el precio son los mismos que buscaban protección.
“Todos estamos esperando a ver qué pasa en una o dos semanas”, dice Gungle. Pero en lugares como Kokomo, la espera se siente como una cuenta regresiva.
MG.