En un mundo donde el poder suele medirse por cuentas bancarias y propiedades, la cifra que dejó Jorge Mario Bergoglio al morir descolocó a muchos: apenas de 100 dólares. Sin inversiones, sin bienes, sin lujos. Así partió el Papa Francisco, fiel a su estilo de vida hasta el último día rompiendo una vez más con las expectativas del mundo moderno y también con siglos de tradición papal.
Según reveló el diario británico Mirror, el pontífice argentino no poseía cuentas personales ni propiedades a su nombre. Su patrimonio material era casi nulo. Pero detrás de esa cifra mínima se esconde un mensaje profundo: Francisco vivió como predicó, y murió como vivió.
Desde que asumió como Papa en 2013, Jorge Mario Bergoglio dejó claro que no se trataba de acumular, sino de servir. Rechazó el salario que le correspondía como Jefe de Estado del Vaticano –unos 340 mil euros anuales–, vivió en la sencilla Casa Santa Marta en lugar del fastuoso Palacio Apostólico, y continuó cocinando su propia comida como lo hacía en Buenos Aires, cuando era arzobispo y tomaba el transporte público como cualquier ciudadano.
En una escena que ahora cobra nuevo significado, el Papa comentó en su documental Amén: Francisco responde: “A mí no me pagan nada. Cuando necesito plata para comprarme zapatos o así, la pido. Yo no tengo sueldo”. No era una frase simbólica: era una declaración de principios.
Francisco también fue un Papa de récords, con 942 canonizaciones a su nombre –el mayor número en la historia– y una inquebrantable postura frente a la opulencia y los privilegios dentro y fuera de la iglesia. Su legado no está en bienes, sino en gestos: la austeridad de su vestimenta litúrgica, sus vuelos en clase económica, su decisión de renunciar a los lujos históricos del papado, su cercanía con los más humildes.
A sus 88 años, su fallecimiento deja un vacío inmenso en el Vaticano y en millones de creyentes. Pero también deja una lección difícil de ignorar: que la verdadera riqueza no está en lo que se posee, sino en lo que se entrega. Y francisco lo entregó todo: su vida, su palabra y su ejemplo.
Murió con 100 dólares. Pero su legado es otra herencia incalculable.
MG.