En un proceso democrático, en donde los ciudadanos eligen mediante sufragio libre y secreto, no al mejor, sino al que ellos deciden, lo mismo se gana con UNO que con MILES de votos de diferencia. Así es, no hay vuelta de hoja. Ya no aplica aquella máxima: “si gano, triunfó la democracia, pero si pierdo, me hicieron fraude”.
Comento esto porque hay quienes desde ahorita (y desde hace rato) están hablando precisamente de fraude. Que se van a “robar” la elección y no sé cuántas suposiciones más. Porque finalmente eso son; suposiciones. Sospechas, especulaciones. Pero más bien pareciera que están anticipando una derrota. Mala señal. Siento como que se están poniendo el huarache antes de espinarse. Eso no está bien. Candidatos y partidos que le entran a esto de las campañas y los procesos electorales, saben perfectamente que hoy ya no se puede hablar de fraude o de “urnas embarazadas”. Tampoco de alteración de los votos en las casillas.
Porque para empezar, todos los partidos tienen representantes en las casillas. Son sus ojos, de modo que esto no puede ser posible que nadie vea un posible “manoseo”.
Es tanto como faltarle el respeto y negar la capacidad e inteligencia a sus propios representantes. Lo que sí puede existir es una elección muy cerrada. Por eso insisto, en una democracia, en un juego limpio, se gana con la mínima diferencia o con una goleada de Dios y María Santísima. Aquí lo importante, después de los resultados de este domingo, es que los ganadores de la elección tengan la humildad de llamar y de convocar a sus adversarios a una reconciliación por Sinaloa.
Porque después de una elección, la raza queda dividida, golpeada. Y a los derrotados a que acepten, en buena lid, como caballeros, su descalabro. No pasa nada. Que en aras de la lucha por la democracia no se trastoque la paz del estado y que las cosas no pasen a mayores.
Hasta mañana.
