Pasan días metidos en la sierra. Pocos de nosotros vemos y valoramos eso.
Noches enteras en medio de la oscuridad, soportando el frio o el calor. Aguaceros. Luchando contra moscos, animales ponzoñosos y contra la soledad.
Sufren el sacrificio de no ver a sus familias por semanas. Viven lejos de los lujos y de las comodidades.
Caminan kilómetros y kilómetros todos los días buscando cultivos, se la pasan en la interperie y siempre al filo del peligro.
Son los soldados mexicanos. Héroes anónimos.
Los mismos que no solo tienen la encomienda de tumbar sembradíos de marihuana y amapola por todo el territorio nacional, sino también los que tienen que entrar a la hora del desastre o de inundaciones en apoyo a la población civil.
Pocas veces son reconocidos por el trabajo que realizan todos los días.
Sobresale más cuando se pasan o abusan en sus funciones, cosa que también sucede. Y claro, no se justifica.
Supongo que no es fácil lo que hacen y al estrés al que están sometidos. Convencido estoy qué para ser soldado hay que tener vocación, hay que llevarlo en la sangre y querer mucho el uniforme color verde olivo.
Este viernes se festejó el 103 aniversario de nacimiento de nuestro glorioso Ejército Mexicano.
Y para esos 212 mil soldados mexicanos, mujeres y hombres valientes, que todos los días entregan y arriesgan su vida por los ciudadanos, va desde esta tribuna nuestro reconocimiento.
Aprovecho el comentario para señalar que están en un error aquellas voces que exigen al gobierno federal que los 35 mil militares que hoy combaten a los cárteles en las calles de México, regresen a sus cuarteles.
Un disparate.
Están en las calles no porque ellos quieran, sino por una necesidad.
A como están de penetradas y corrompidas las policías locales por la delincuencia organizada, solo a los torpes y miopes se les ocurre que sean estas corporaciones quienes se hagan cargo de la seguridad de los mexicanos.
Por Dios.
Si así, con las fuerzas federales, soldados y marinos, en las calles, la violencia no se detiene, ahora imagínese, encerrándolos en sus cuarteles.
En el fondo, eso es lo que quisieran los delincuentes.
Hasta mañana.
